domingo, 23 de diciembre de 2007

ARRUGAS



  • ARRUGAS por Paco Roca (Astiberri Ediciones)

Necesito recomendaros un cómic. Necesito hablar sobre el alzheimer y la vuelta a la niñez de mis abuelos paternos. Todo forma parte de una bonita historia de amor que se extiende como una red en el agua y nos atrapa a unos cuantos dentro. Tal vez mañana o pasado os cuente las historias de mi abuelo (el eterno enamorado) y sus batallas quijotescas. Hoy por hoy, sólo puedo recomendaros -a las que paséis por situaciones parecidas- este libro, todo un ejemplo de ternura.

domingo, 16 de diciembre de 2007

ROTA




A Mónica, eterna compañera en perversiones,
absurdos y otros vacíos del Leteo.

Allí estaba, sentada en medio del mundo, resplandeciendo como una bola de pelo rojo en la oscuridad, resignada a des-esperar, con las piernas abiertas, un príncipe azul con cara de sapo y ramo de flores incrustado en el culo.
La luna magnífica, felina, se balanceaba extática intentando el auto-cunnilingus, solamente posible en las noches de cuarto menguante.
De pronto, alguien la llamó por su nombre. La Rota le besó y le vomitó en la cara: jaculatorias de posesa, restos despedazados de un Bécquer trece añero que leyó en Nuevo Vale, trocitos pequeñísimos de manual de autoayuda sobre cómo morirse de una vez en el infierno...
Apretó, con orgullo, sus manos de puzle inacabado, pretendiendo asir sin éxito: el último desvarío esquizoide del aire, la última señal cóncava de la moneda de un cuento de Cortázar, el quejido ulterior de un Eros narcisista al estirarle los pezones, el poder de su disolución meterótica en un blues...
Se echó a andar. Caminó sin rumbo, llevando por petate: una ridícula foto gris de Calimero, tres cabezas jíbaras de muñeca rubia (“Decapite a su Barbie nihilista, libérese!”, gritaba la consigna) y el pico disecado de un ruiseñor azul que odiaba los condones.
La acompañaba un gato verde, negro como su suerte (su buena malasuerte), estrábico desde niño, flaco, señorial, taciturno, parásito de coños y absenta que, serpenteando al lado de su sombra, se deslizaba hasta su hombro para aposentarse sobre él como un búho (Nadie comprendió nunca esta amistad).
Intentó situar sus pies en línea recta (sin ayuda de la golosa cocaína), olvidar el salto obsesivo-compulsivo de las baldosas de su adolescencia, repasar la lista interminable de “lerdos buena-persona” que, en los últimos meses, había dejado escapar.
Ni siquiera se dio cuenta de que los entes del infierno del barrio aplaudían a su paso, con emoción y cierta arritmia, y le dedicaban sonrisas histriónicas (de seductor de profident) al crujir de sus botas negras (de tacón asesino) de naufragada bailarina de comparsa…

sábado, 15 de diciembre de 2007

LEGADO


A Martín G., que empieza el vuelo.


Escarbo y veo,
veo los ojos que besé con trece años y descansan bajo una tumba,
las manos arrugadas de mi abuela andaluza y su talco
que no regresarán jamás,
la canción de violetas que olía a caramelo,
a Leopoldo María Panero interpretando su papel de Leopoldo María Panero
ante las risas hipócritas de un teatro,
a San Francisco de Asís rodeado de pajarillos en quien ella creía,
al ave enfangada que nos mintió televisivamente en la primera guerra del golfo,
al hombre que se llama dios con quien hago el amor de vez en cuando,
a la mujer que me dio la mano y me clavó un cuchillo en la palma,
la soledad de J. M. Barrie cuando se arrodilló ante Peter Pan,
a Unamuno derrotado por sus personajes,
a Unamuno y mis manos fetiche hundidas en su lavabo,
a las pajaritas de Unamuno, las que volaron y las que no.
Veo el hambre del adolescente que ser odia a sí mismo por estar perdido,
y al mismo adolescente con cuarenta años y el camino errado.
Veo la falsa seguridad de la marcha atrás,
al amante enfermo totalmente desposeído de alma,
al amante viejo y su cuerpo deforme.
Veo mi adicción prematura a los relojes adelantados.
Veo mi necesidad de tiempo y mi frustración
de saberlo perdido.
Veo la gravedad del ser y al misógino decapitado.
Veo a la mujer que soñaba con ser don Juan
y al hombre que se convirtió en vibrador.
La voz carrasposa de Gloria Fuertes y un loro verde,
los fantasmas que me perseguían con diez años y que jamás volvieron
para permitirme desnudarlos.
Veo la vida explotando en las manos
de miles de adolescentes vivos que a veces ríen y a veces lloran.

Yo soy su maestra.

viernes, 14 de diciembre de 2007

Abuela materna





Los dedos como garfios que hacen cuentas,
los ojos que no miran, que no asienten,
los ojos tan azules de vacío,
el rostro inexpresivo sin pasado,
el rostro bello, escasas las arrugas
en la conversación de crucigrama,
preguntas con respuestas que no vuelven,
preguntas tras preguntas, repetidas,
la pierna en un cojín azul marino,
la rodillera que no calma miedos,
el vaivén infinito de caderas,
los dos bastones,
la muleta torpe,
la bella lentitud de cada paso,
el olor a pasteles que no inunda,
el fuerte olor a orín que no perdona
el paso de los años,
la tristeza
de verse reducida a la bañera
la eterna campeona de piscinas,
la siesta en una enorme mecedora
junto al teléfono, sólo por si acaso,
el S.O.S. colgándole del cuello,
las llaves de mi abuelo en el bolsillo
no sea que se escape alguna noche,
la muchacha que peina, hace masajes,
la muchacha que ayuda en la mañana,
las hijas que se turnan
los amores,
las hijas hechas madres de cariño,
las hijas rellenado pastilleros,
el xic, el hijo, desaparecido,
los dedos como garfios que hacen cuentas.
Te cuento de mi vida en Barcelona…
Los ojos tan azules de vacío
sonríen, viejos ya, llenos de historias,
aunque tal vez no sepan hace un rato
quién les trajo la leche y quién la cena.

PD: Este es un poema muy sentido y muy difícil de escribir sobre una de las grandes maestras que he tenido en mi vida. Te quiero abuela!

jueves, 13 de diciembre de 2007

EROS


Nunca supe cuál era mi oficio y mucho menos entonces, cuando aquel personajillo que solía rondar mis sábanas -Tinieblo, lo llamaba Isabel- dejó un vacío en mi vida y se fue con su colección de látigos de cuero a otra parte. Hasta entonces había tenido poco donde escoger, de día era una teleoperadora eficiente, a la que le gustaba vestirse a lo monja -eso sí, sin bragas, para no perderme del todo a mí misma- y de noche, qué os voy a contar, de noche era una esclava sumisa, experta en chupar zapatos y pasearme, como una perra en celo, a gatas por la alfombra, a las caprichosas órdenes de Tinieblo, mi Amo y Señor.
Me gustaría decir que mi adicción al spanking viene de la literatura o de las pelis sadomaso de María Beatty, a las que me aficioné por Dolmancella, mi siguiente dominatrix. Así no tendría que nombrar a Sor Angustias, aquella monja carmelita de cara palida, como una patata pelada, que gustaba de pegarnos con la regla justo por encima de los muslos; ni a Josemi, mi primer novio que siempre disfrutó estrellando contra mi culo sus Toyota Célica de escalextri; ni a Jacinto, mi antiguo encargado de la planta infantil en el Zara, a quien entregué mi virginidad porque –oh, dios mío- me había hecho descubrir las virtudes escondidas de las perchas, especialmente de las de madera.
Durante un tiempo hice de todo: cuidar niños, lavar cabezas, sentarme en la caja de un supermercado, vender ofertas telefónicas a domicilio, poner copas y hasta ser teleoperadora en un sexshop de lujo. Fue allí donde conocí a Tinieblo -quien para mí siempre fue treintacentímetros- y descubrí mi verdadera vocación: servir. Servir dócilmente y con toda la ternura posible a cualquier dómino o dómina que me elija. Eso sí, sin cobrar, porque yo en esta vida todo lo hago por amor, si no por qué coño iba a tener una zorra sumisa como yo una perrita cocker – que usa mi misma talla de collar- con un nombre tan romántico y ridículo como Eros.

LOBA


Desceñida.
Furiosa.
Como una perra en celo no.
Como una loba.
Digna.
A la espera del macho
que vuelve y me acaricia
me templa.
A la espera de la mano conocida
que no exige
otorga.

Él (tú, el de siempre).
Como ayer.
Despacio.

No necesito bozal
ni soga.

Soy hembra de manada
de dos.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Poética

Prostituta de ideas
nunca fui.
Tal vez de los deseos contrariados.
Ahora fluyo
infinita.
Éste es mi sino.
Por fin
fuera del laberinto sin Ariadna