sábado, 30 de agosto de 2008

LA CANCIÓN DE MITSOS (guerrero universal entre el caos y la flecha, aquél que jamás corta sus cabellos)




(Poema rescatado de mi poemario La espalda de Lilith)

" 'Tis some visiter," I muttered, "tapping at my chamber door -
Only this, and nothing more."[1]

EDGAR ALLAN POE



No hay gaviotas en Venecia sino cuervos.
Dimitris (antes llamado Mitsos)
pasea su gabardina
de piel negra
por los canales desconchados.

Quoth the Raven “Nevermore”
[2]

Pianista de heavy metal,
guerrero universal de la autodestrucción,
devorador insomne de cigarrillos,
sus cabellos eternos desafían al viento,
se enredan en mi vientre y me ahogan.
“No hay historia de amor en Venecia
sin ángel caído.”

Debajo de un puente gris - el más triste
de todos -, sobre una alfombra húmeda
de baldosas cuadriculadas,
Dimitris empotra contra la pared
el trasero blanco de Noema (la mujer
en que me convertí tras peluca).

Terriblemente bello,
el ángel griego de las sombras
arranca con sus pálidos dedos las alas
de mi espalda.
Dejo que sangren las heridas de otros...

Cientos de guerreros medievales
(escapados de un libro de ciencia ficción)
siguen al antihéroe por el barro.
Están llenos de muerte,
como yo, como él.

Quoth the Raven “Nevermore”.

Colombina medieval, cortesana de cabellos
rubios y pezones ampliamente decorados,
dejo que el Cuervo me flagele
y me ame
porque, perdido todo ya
y ante la muerte:
Nothing Else Matters[3].

La canción de Metallica
precipita el diluvio.
“Te espero en la oscuridad de mi cuarto,
sólo eso y nada más”.


Quoth the Raven “Nevermore"

La memoria demoníaca trabaja como un sarpullido
en la conciencia,
los caminantes me reconocen por la Ciega,
oigo un nombre: Avalón
y me desnudo,
cien guerreros hacen sonar sus armas,
Dimitris comienza a penetrarme,
me lleva por el sexo al Ponte dei Sospiri...
allí donde veían los antiguos condenados
el último rayo de sol,
allí donde debe partir sin más
el último vaporetto hasta la muerte...

nuestro último vaporetto
hasta la muerte.


[1] “Será algún visitante - musité – llamando a la puerta de mi cuarto, / sólo eso y nada más”
[2] “Dijo el cuervo: “Nunca más”.”
[3] “Ya nada importa”.

martes, 26 de agosto de 2008

El sueño de Endimión o la per-versión de Diana


negrescolor (ilustración creada tras la lectura del cuento)

"No es fácil ser casta en los tiempos que corren”, se repitió Diana a la vez que azuzaba la vista para disfrutar de la salvaje turgencia de las nalgas de Endimión. “No es nada fácil”, volvió a decir la hija de Latona, mientras se pellizcaba el pezón derecho (el menos sensible) para cortar en seco este monodiálogo autodestructivo que la estaba distrayendo de su ritual ‘voyeurista’ diario. Sentada a caballo del radiador, a media potencia, la triforme se había presentado esta noche bajo el cuerpo de Hécate, recién salido del infierno. Andaba completamente desnuda, a excepción de una borla de plumas rojas y negras de cabaretera, regalo de una vieja folklórica, cuyo vértice inferior dejaba deslizarse entre sus piernas y unas sandalias doradas de tacón finísimo, dignas de toda una diosa como ella. Observó el sueño apacible de Endimión, la contracción de sus costillas, los marcados músculos- ahora relajados- de la espalda, la dureza de los muslos, que nunca se atrevería a tocar ; imaginó su sexo rígido y notó cómo su respiración se aceleraba bruscamente. “Tengo dos opciones”, se dijo, “el ataque de pánico o el orgasmo”. Decidiéndose por esta última, encendió un cigarrillo ; avivó la potencia del radiador, que empezaba a dejar unas ligeras marcas rojas en sus ingles ; volvió a fijar sus ojos en los cabellos negros del varón ; aspiró su aroma...

“Los tiempos ya no son lo que eran”, se repitió Diana, Delia esta noche, a la vez que descansaba su arco sobre el suelo y se masajeaba el pecho izquierdo para aliviar el dolor de los golpes de la cinta portadora. Su hermoso disfraz de cazadora romana se había reducido considerablemente con los siglos. La túnica, las sandalias, el carcaj o la media luna de la frente se habían convertido (tuvo la culpa el siglo XIX y su posterior afición al fetichismo) en un collar de perra negro -tamaño cocker-, un cinturón de pinchos de dos vueltas y unas botas de cuero, de esas de mil cordones, que le llegaban la altura de las rodillas. Las medias de rejilla, complemento del que hoy no podía prescindir, aderezaban el conjunto que la diosa había elegido esta noche sin luna para ir al encuentro de Endimión. “Estoy segura de que puede notar mi presencia” dijo, recordando los escalofríos del joven durmiente cuando, en el momento de la despedida, rozaba con sus labios abultados alguna parte de su cuerpo. De pie, apretando sus nalgas generosas contra el marco de una puerta inexistente, se dedicaba de nuevo a adorar las columnas blancas de las piernas vigorosas del efebo, su pecho sin vello, sus pezones erizados... Lentamente, Diana acarició con sus uñas, no sin cierta violencia, la goma de las medias produciendo un ruido extraño ; introdujo el dedo corazón suavemente en el interior de su vagina y comenzó a tararear, en voz baja, la canción más dulce de la Monroe :

“Ooh, do it again. I may say no, no, no, no, but do it again. My lips just ache to have you take the kiss that’s waiting for you. You know if you do, you won’t regret it. Come and get it !...”

“Endimión ha cambiado”, se quejó Diana maldiciendo la inmortalidad de su amor ‘voyeurizado’ al tiempo que se recomponía sus largos cabellos rubios. “Ya no es el pastor salvaje que dormía desnudo sobre el monte de Latmos, ya no es el sabio astrónomo de la Caria... ahora duerme sobre un sofá cualquiera, en una casa cualquiera. Es banal... como la vida misma”. Luna, adoptando la última de sus formas, paseó su cuerpo de serpiente por la estancia donde dormía Endimión y deseó que el muchacho pudiera, aunque fuera una vez, observar sus senos tersos y blanquísimos que le llamaban decididos desde el transparente camisón azul. “No es lo que era”, se dijo, “sigue siendo bellísimo”, los ojos fijamente clavados en las nalgas redondeadas, “pero no es lo que era”. Lo admiró por última vez : sus hombros varoniles, sus brazos inquietantes (de algo había de servirle el capoeira), su rostro simétrico, sus ojos claros invisibles bajo los párpados, su abdomen marcadísimo, su sexo erguido y desafiante, que había vuelto a sentir las miradas de la diosa y respondía con el mejor de los saludos. Diana levantó una garrafa cercana sobre su cabeza y litros de agua helada cayeron por su cuerpo dejando invisible el vestido. Dos segundos más tarde, unas manos amorosas, “quién se conoce mejor que una misma”, pensó, comenzaron a recorrerla dulcemente. Otras manos, de un tamaño mayor, “no es fácil ser casta en los tiempos que corren”, recordó la diosa, apretaban sus senos con urgencia o palmeaban su culo por encima de la ropa. El bello Endimión había despertado de su hechizo. Lo peor : el dolor de espalda de apoyar solamente la cabeza (siempre tuvo la diosa complejo de equilibrista) contra el sofá y las agujetas del día siguiente que, en otra época, hubiera roto cazando ciervos. “Mañana será otro día”, bendijo Selene, “estaré libre por la noche...” Al fin y al cabo, a ella, Endimión (que ahora parecía empeñado en llevarla de vuelta a los cielos) ya no le gustaba tanto...

domingo, 24 de agosto de 2008

Vómito suprarrealista tras un poema de Juan Antonio Vasco o la melancolía de persiana


Phantom-No-18- Eliza Lazo De Valdés

(Poema rescatado de nuevo de mi poemario La espalda de Lilith (2002-2004))

“Eres el agua negra donde toda blasfemia alcanza
la transparencia del deseo”
JUAN ANTONIO VASCO


El hada roja del heliotropo
(mi Lilith de barro que flota enganchada de un alambre
en el altar improvisado del salón)
descubre que se ha comido un libro sin eructar.

“Me niego a olvidar”, ha dicho alguien.

Hoy es viernes, los televisores hacen huelga de ceño
y Venus ha despreciado a un nuevo amante:
“No salgo. Es la melancolía de persiana”.
“Enfermedad mental”, dicen unas.
“Cuento”, dicen otras.

Diosa caída en noviembre,
lamento la dura ausencia de esa presencia
de hombre partido en dos
.
“No puedo soportarlo”, me digo.

Empiezo a escuchar tangos,
dejo que el hombre caballo
- tantas veces asesinado en mis escritos -
resucite por una de mis llagas.

“¡Que agradable el dolor!”
Oigo pájaros, muchos pájaros.
“Hegoak ebaki banizkio
nerea izango zen,
ez zuen aldegingo.
Bainan, honela
ez zen gehiago txoria izango
eta nik...
txoria nuen maite”.[1]

“¿Que más da que no me quiera?”, me digo.

Abrazo - como a un cactus – mi cuerpo dulce
de treinta y un años, aprieto mis pechos
(con los dedos bien limpios),
me quito el vestido de nausea
en la habitación y soplo
sobre sus manchas de pólvora.
“Estoy rota y lo sé”.

“eta nik...txoria nuen maite”.
Una fuerza centrífuga hunde hacia dentro mis pezones
(recuerdo: “Se´t posen durs els mugrons[2])
abro las piernas
y no hay manera de bucear en ellas
y robarle al olvido el óvulo anti-hongos
que inunda de muerte mi vagina.

Camino (con los dedos)
a la búsqueda de un orgasmo mortífero como los de otro amante,
me siento sobre un cojín azul de fieltro
(“Encaixem molt bé nosaltres[3], decía),
abrazo un muñeco negro con alas (hijo bastardo)
y lloro otra vez.

La mujer rota vuelve a ahogar sus sueños de poeta impostora
en el triste agujero de un lavabo impoluto
esta vez de alquiler.



[1] “Si le hubiera cortado las alas hubiera sido mío, no hubiera escapado. Pero así hubiera dejado de ser pájaro. Y yo... lo que amaba era el pájaro”. (Mikel Laboa / J.A. Artze).
[2] “Se te ponen duros los pezones”.
[3] “ Nosotros encajamos muy bien”.

miércoles, 20 de agosto de 2008

COARTADA



Stephen Hender- Sebastiana.

Peter Pan no existe. Lo pienso mientras enciendo el último cigarrillo y entorno los ojos. La noche es tediosa. La luz es ambigua y clara. El Surrealismo tampoco existe. Ni Ceselli. Ni Latorre. Ni Llinás. Ni Maradiaga. Ni Molina. Ni Vasco. Ni los relojes blandos de Dalí. Ni Aldo Pellegrini. Ni los ojos azules de Peter. Ni sus tangos porteños. Ni sus cabellos rubios. Ni su habitación interior. Ni nuestras fotos en Portlligat. Ni su pasión por los helados de vainilla. Ni su cámara de vídeo. Ni mis desnudos. Ni su aparato protector de los dientes. Ni su furgoneta. Ni los elefantes con piernas de insecto. Ni los tigres. Ni Gala. Ni sus piqueteros. Ni Río de la Plata. Ni su espalda de escalador. Ni su tabla de windsurf. Ni las pruebas del no sida. Ni el amargor del mate. Ni Baires. Ni el Lunfardo. Ni sus grupos de rock. Ni la bandera de Jamaica. Ni su plantación de marihuana. Ni mi libro dedicado. Ni Lilith. Ni Ofelia. Ni su espalda. Ni mi esguince. Ni 1924. Ni Francia. Ni París. Ni Breton. Ni Eluard. Ni Marx Ernst. Ni el iluminado de Freud. Ni el santo de Karl Marx. Ni abril. Ni agosto. Ni diciembre. Ni su ramo de flores. Ni los calcetines perdidos. Ni la lluvia. Ni los sawarmas en la Rambla del Raval. Ni el vino. Ni Paul tocándonos un blues con la guitarra. Ni el frío suelo de la plaza del Macba. Ni el (h)original. Ni Residencia en la tierra. Ni Sobre los ángeles. Ni Poeta en Nueva York. Ni sus suspiros. Ni los míos. Ni sus embestidas. Ni mis uñas. Ni mis caricias. Ni su falo. Ni las hormigas. Ni los espejos. Ni los huevos. Ni los caracoles. Ni el agua de la ducha. Ni El gran masturbador. Ni La Révolution surréasliste. Ni vida a transformar. Ni Wendy. Ni Campanilla. Ni psicoanálisis. Ni yo. Ni supra-yo. Ni el ambiguo Sr. Darling... Yo adivino el parpadeo de las luces que a lo lejos van marcando mi retorno...


domingo, 17 de agosto de 2008

Cave canem (Morgana y los espejos)






Christian Coigny


Vine al mundo para dormir sobre un espejo, para que su helada superficie me devuelva, con cada mínimo roce, la belleza que me quita. Creo que existo para entrar en una habitación a oscuras e iluminarla entera. No es soberbia, es exactitud. Al cruzar una sala, atraigo inmediatamente todas las miradas. Camino despacio, felina, altiva. Me comporto distante pero clavo los ojos con fina precisión. Ellos sacan pecho, se rozan el cabello, ladean las cabezas, sumisos (algunos tal vez estúpidos). Ellas se plantan a su lado marcando su posición. Cuando es así, los miro más aún, hasta que tiemblan, hasta que ella le increpa.

Ocupo mi lugar solitario en la barra y normalmente elijo bien mis piezas. El chico tímido, mi favorito, no se moverá nunca. Si lo hace, si entra en el juego, tal vez pierda sus puntos en la conversación, a no ser que tenga unos ojos poderosos, entonces los perderá en el lecho, y las dos o tres noches (si salva la primera y no gatilla) me obligarán a deberle una ruptura digna de una relación. Si no acepta el adiós se volverá loco y deberé protegerme de nuevo; si es listo, si acepta las disculpas (en las que por no herirle, de nuevo mentiré y le diré que no sé amar, que él no tiene culpa), resarcido en su ego, elegirá a la mujer que quiera y la hará suya, la cuidará con esmero y ella me mirará con miedo. Eso sí, será amable conmigo, tanto que me hará sentir incómoda.

Mi mejor espejo es el otro: el otro que se aviva como el fuego al mirarme, el otro que me desea miedoso y que no me tendrá nunca, el otro que me embiste a solas, como quien hunde su puño en un delicado jarrón de porcelana. El otro, la otra. La que me acaricia con el amor de la envidia, la que anhela que me acueste con su hombre para que éste suba un escalón y llegue al pedestal, la que no tiene su fuego ni su locura pero sí una esperanza de futuro…

El último don Juan, el pavo real, el hombre maduro (generalmente artista o intelectual, generalmente poderoso) abandonará su harén de “Evas” y se acercará. A veces lo harán dos a la vez, lanzarán el guante para mi deleite, y herirán sus egos mutuamente hasta que yo me decante por alguno. El más diestro en la conversación, el que use menos tópicos, el que esté dispuesto a soportar una buena disertación intelectual hasta altas horas de la mañana, el que sepa discutir… ése tendrá el privilegio de disfrutar de mis palabras, de un suave beso en los labios y de una larga espera. No doy teléfonos. Sólo los cojo. Sólo yo elijo. No sé si mañana al despertar la misma persona me resultará interesante.

Un apunte, cuanto más herida esté por dentro, cuanto más descompuesto el puzle, cuanto menos me aguante a mí misma… más bella seré, más serenidad en mi rostro, más hermosas, ceñidas y resaltadas irán mis curvas, más negro en mis ropas, más profundidad tendrá mi mirada, más rouge, más kohl, en fin, cave canem.

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La pasión de Morgana

Sweet Little Nipples


viernes, 1 de agosto de 2008

Cerrado por vacaciones




Nos leemos a mi vuelta de Berlín. Besos para tod@s!!!!!




Lilith