Cotton Club by Michael Ochs
miércoles, 18 de febrero de 2009
Y volver a reír
Cotton Club by Michael Ochs
Three Deuces
“Song is the wind time of memory”
James Maher
Tal vez estoy en 1944. Paseo por una calle que supongo que es La Calle. No lo sé por las luces de los clubs, ni por la gente que corre alborotada de uno a otro. Lo sé por el viento. El viento que sale arrasador de una de las siete puertas. El viento que compite con otros vientos. El viento que no tiene rival y que me llama como si fuera el mismo flautista de Hamelin. El viento de Bird.
Suena de fondo Groovin High. Tal vez estoy en 1944. Distingo ahora la trompeta de Guillespie. Duelo de vientos dirigiendo mis pasos autómatas hacia el Three deuces. Entro y oigo humo, veo humo, inhalo humo. Un humo denso y espeso que rodea los pocos focos que apuntan al quinteto. Una pequeña plataforma. Los músicos amontonados. La sala llena de rostros. Intento buscar un asiento vacío. Un lugar donde incorporarme al cuerpo de la multitud que me engulle. Llevo mi saxofón conmigo y es mi único pasaporte. Un saxo alto y una dosis. Tiemblo. Creo como Bird que uno entra en casa cuando tiene una aguja clavada en el brazo.
Hace un par de años que emulo sus solos. Quiero tocar como Bird. Ser como Bird. Tal vez estoy en 1944. El mundo está en guerra. Los muchachos al otro lado del atlántico bailan swing a escondidas. La palabra jazz está prohibida por los nazis. Aquí el jazz es ahora bop. Busca aires nuevos. Como todos los franceses y alemanes que bailan en nombre de la libertad. Como todos los boppers que escuchamos discos para escapar de la miseria. Como ella que ahora entra en la sala y deja salir su viento de tristeza con Strange Fruit. El silencio es nuestra forma de respeto a Lady Day. Callamos todos.
Estreno traje negro. Camisa blanca, sombrero nuevo. Todo lo que la mayoría blanca puede permitirse. Lo que les está prohibido a los que llaman “gente de color”. Tal vez estoy en 1944 y aún reina el infierno de la segregación. Pero el jazz no es así. El jazz es furia, viento. El viento que agita los manteles blancos y rojos al ritmo de las palmas de todas las manos. El que mueve el humo de todos los cigarros. Está prohibido el Lindy hop, han cerrado el Savoy y ya no se nos permite bailar juntos. Pero soñar juntos sí. Hacer el amor juntos sí. Morirse juntos fumando marihuana y escuchando Koko o Billie’s Bounce de Bird. Eso no pueden evitarlo.
Tal vez estoy en 1944 y soy un hombre blanco adicto a la heroína. Tal vez trabajo en una oficina y soy un abnegado padre de familia. Tal vez de noche me gusta volar. Venir al Three Deuces normalmente solo. Ganarme mi espacio entre el humo y la multitud de sombreros. Acariciar con la vista a alguna chica nueva. Mirar la sonrisa traviesa de Bird, las enormes mejillas de Dizzy y soñar, soñar por última vez, por si mañana muero, que suena un saxofón increíble y que, cuando sopla el viento, yo soy negro.
Apéndice- Three Deuces.
martes, 17 de febrero de 2009
Zapatos rojos
jueves, 12 de febrero de 2009
domingo, 8 de febrero de 2009
viernes, 30 de enero de 2009
Fontana delle Tartarughe
Como cada noche Noema se acercaba reptando a su cita. Y digo reptando en honor a su afición a las serpientes, y no cojeando en honor a la verdad. Como cada noche Noema se calzaba el sombrero negro de fieltro en la cabeza y se olvidaba del vaivén poco afortunado de sus caderas en los días en que la coja del paraíso volvía a instalarse en su nervio ciático o danzaba alrededor de su rótula.
Como cada noche Bronce la esperaba inmóvil, callado, incapaz de librarse del agua que Giacomo della Porta había querido -hace cinco siglos- que le lloviera encima. Como cada noche Bronce desistía que la maldita tortuga entrara en el tazón y aguardaba a su dama, excitado, manierista, totalmente fuera de quicio.
Ella pasó por delante de la Fontana dei Fiumi, y saludó a Ganges, aquel mozalbete de Bernini con el que había compartido tan buenos momentos en el pasado, cuando entre las cualidades de su hombre ideal primaban la estabilidad y el mármol. Ganges la miró con reserva y retorció un poco más su cuerpo barroco de efebo blanco, enfurecido y celoso.
Como cada noche Noema serpenteó por las calles del barrio judío y se dirigió dando un rodeo -imprescindible perderse- a la Piazza Mattei. Como cada noche miró los ríos que surcaban el torso húmedo de Bronce, metió la mano en la boca del delfín y notó un suave cosquilleo en el estómago. Bronce esbozó una sonrisa cómplice, así como estaba, pati-abierto, dispuesto a todo. Como cada noche Noema apagó de una pedrada la única farola naranja y se oyeron música y suspiros. Ah, se me olvidaba, en Roma casi nunca suena jazz…
domingo, 25 de enero de 2009
Paseante nocturna
domingo, 4 de enero de 2009
Envuelta en plumas
Ayer me enteré, vía la anfitriona de la cena, que uno de los invitados le había preguntado si yo (la del vestido de plumas) era una persona normal. Fue el mismo día en que una antigua compañera de piso mexicana, muy querida por cierto, me dijo que la nostalgia le ha llevado a encontrar a otra compañera como yo (palabras de ella): poeta, que se levanta con las pilas puestas preparada para una conversación profunda sin apenas desayunar (mueca de "Dios me libre"), se muestra extraña -incluso desaparecida dentro de la casa- o antisocial cuando escribe durante varios días seguidos (mueca de "yo existo"), y que a las ocho de la noche de un día cualquiera ya está con su “albornoz azul” (mueca irónica de "vaya fiestón", mezclada con sonrisa de ternura), dispuesta a sumergirse en el silencio de la lectura o la escritura…
Empecé el año dispuesta a recuperar una a una todas mis máscaras, a volver a mis viajes literarios (en dos semanas parto para Roma), a subirme de nuevo a los escenarios (incluido el de tu estudio, Maga de mi vida), a aullar (en inglés o en castellano, Tinker Bell tú mandas), a volar a Paris, a Santiago o a Venecia de nuevo, a bohemiar (sola solísima o en compañía de mis musas), a mimar a Lilith…