Como cada noche Noema se acercaba reptando a su cita. Y digo reptando en honor a su afición a las serpientes, y no cojeando en honor a la verdad. Como cada noche Noema se calzaba el sombrero negro de fieltro en la cabeza y se olvidaba del vaivén poco afortunado de sus caderas en los días en que la coja del paraíso volvía a instalarse en su nervio ciático o danzaba alrededor de su rótula.
Como cada noche Bronce la esperaba inmóvil, callado, incapaz de librarse del agua que Giacomo della Porta había querido -hace cinco siglos- que le lloviera encima. Como cada noche Bronce desistía que la maldita tortuga entrara en el tazón y aguardaba a su dama, excitado, manierista, totalmente fuera de quicio.
Ella pasó por delante de la Fontana dei Fiumi, y saludó a Ganges, aquel mozalbete de Bernini con el que había compartido tan buenos momentos en el pasado, cuando entre las cualidades de su hombre ideal primaban la estabilidad y el mármol. Ganges la miró con reserva y retorció un poco más su cuerpo barroco de efebo blanco, enfurecido y celoso.
Como cada noche Noema serpenteó por las calles del barrio judío y se dirigió dando un rodeo -imprescindible perderse- a la Piazza Mattei. Como cada noche miró los ríos que surcaban el torso húmedo de Bronce, metió la mano en la boca del delfín y notó un suave cosquilleo en el estómago. Bronce esbozó una sonrisa cómplice, así como estaba, pati-abierto, dispuesto a todo. Como cada noche Noema apagó de una pedrada la única farola naranja y se oyeron música y suspiros. Ah, se me olvidaba, en Roma casi nunca suena jazz…