martes, 26 de agosto de 2008

El sueño de Endimión o la per-versión de Diana


negrescolor (ilustración creada tras la lectura del cuento)

"No es fácil ser casta en los tiempos que corren”, se repitió Diana a la vez que azuzaba la vista para disfrutar de la salvaje turgencia de las nalgas de Endimión. “No es nada fácil”, volvió a decir la hija de Latona, mientras se pellizcaba el pezón derecho (el menos sensible) para cortar en seco este monodiálogo autodestructivo que la estaba distrayendo de su ritual ‘voyeurista’ diario. Sentada a caballo del radiador, a media potencia, la triforme se había presentado esta noche bajo el cuerpo de Hécate, recién salido del infierno. Andaba completamente desnuda, a excepción de una borla de plumas rojas y negras de cabaretera, regalo de una vieja folklórica, cuyo vértice inferior dejaba deslizarse entre sus piernas y unas sandalias doradas de tacón finísimo, dignas de toda una diosa como ella. Observó el sueño apacible de Endimión, la contracción de sus costillas, los marcados músculos- ahora relajados- de la espalda, la dureza de los muslos, que nunca se atrevería a tocar ; imaginó su sexo rígido y notó cómo su respiración se aceleraba bruscamente. “Tengo dos opciones”, se dijo, “el ataque de pánico o el orgasmo”. Decidiéndose por esta última, encendió un cigarrillo ; avivó la potencia del radiador, que empezaba a dejar unas ligeras marcas rojas en sus ingles ; volvió a fijar sus ojos en los cabellos negros del varón ; aspiró su aroma...

“Los tiempos ya no son lo que eran”, se repitió Diana, Delia esta noche, a la vez que descansaba su arco sobre el suelo y se masajeaba el pecho izquierdo para aliviar el dolor de los golpes de la cinta portadora. Su hermoso disfraz de cazadora romana se había reducido considerablemente con los siglos. La túnica, las sandalias, el carcaj o la media luna de la frente se habían convertido (tuvo la culpa el siglo XIX y su posterior afición al fetichismo) en un collar de perra negro -tamaño cocker-, un cinturón de pinchos de dos vueltas y unas botas de cuero, de esas de mil cordones, que le llegaban la altura de las rodillas. Las medias de rejilla, complemento del que hoy no podía prescindir, aderezaban el conjunto que la diosa había elegido esta noche sin luna para ir al encuentro de Endimión. “Estoy segura de que puede notar mi presencia” dijo, recordando los escalofríos del joven durmiente cuando, en el momento de la despedida, rozaba con sus labios abultados alguna parte de su cuerpo. De pie, apretando sus nalgas generosas contra el marco de una puerta inexistente, se dedicaba de nuevo a adorar las columnas blancas de las piernas vigorosas del efebo, su pecho sin vello, sus pezones erizados... Lentamente, Diana acarició con sus uñas, no sin cierta violencia, la goma de las medias produciendo un ruido extraño ; introdujo el dedo corazón suavemente en el interior de su vagina y comenzó a tararear, en voz baja, la canción más dulce de la Monroe :

“Ooh, do it again. I may say no, no, no, no, but do it again. My lips just ache to have you take the kiss that’s waiting for you. You know if you do, you won’t regret it. Come and get it !...”

“Endimión ha cambiado”, se quejó Diana maldiciendo la inmortalidad de su amor ‘voyeurizado’ al tiempo que se recomponía sus largos cabellos rubios. “Ya no es el pastor salvaje que dormía desnudo sobre el monte de Latmos, ya no es el sabio astrónomo de la Caria... ahora duerme sobre un sofá cualquiera, en una casa cualquiera. Es banal... como la vida misma”. Luna, adoptando la última de sus formas, paseó su cuerpo de serpiente por la estancia donde dormía Endimión y deseó que el muchacho pudiera, aunque fuera una vez, observar sus senos tersos y blanquísimos que le llamaban decididos desde el transparente camisón azul. “No es lo que era”, se dijo, “sigue siendo bellísimo”, los ojos fijamente clavados en las nalgas redondeadas, “pero no es lo que era”. Lo admiró por última vez : sus hombros varoniles, sus brazos inquietantes (de algo había de servirle el capoeira), su rostro simétrico, sus ojos claros invisibles bajo los párpados, su abdomen marcadísimo, su sexo erguido y desafiante, que había vuelto a sentir las miradas de la diosa y respondía con el mejor de los saludos. Diana levantó una garrafa cercana sobre su cabeza y litros de agua helada cayeron por su cuerpo dejando invisible el vestido. Dos segundos más tarde, unas manos amorosas, “quién se conoce mejor que una misma”, pensó, comenzaron a recorrerla dulcemente. Otras manos, de un tamaño mayor, “no es fácil ser casta en los tiempos que corren”, recordó la diosa, apretaban sus senos con urgencia o palmeaban su culo por encima de la ropa. El bello Endimión había despertado de su hechizo. Lo peor : el dolor de espalda de apoyar solamente la cabeza (siempre tuvo la diosa complejo de equilibrista) contra el sofá y las agujetas del día siguiente que, en otra época, hubiera roto cazando ciervos. “Mañana será otro día”, bendijo Selene, “estaré libre por la noche...” Al fin y al cabo, a ella, Endimión (que ahora parecía empeñado en llevarla de vuelta a los cielos) ya no le gustaba tanto...

12 comentarios:

Anónimo dijo...

Ciertamente perverso. Muy bueno.
Un saludito

Fernando García-Lima dijo...

Me ha encantado la visión del radiador y las marcas del orgasmo, jaja. Realmente bueno!

Un beso

MBI dijo...

Perversamente ... comentaré

Diego dijo...

Un placer esta lectura, Lilith. Siempre me fascinó la mitología (la griega sobre todo) y también las historias basadas en ella, con las ascendencias, los símbolos divinos, etc. En este caso, la inmortalidad de los dioses no los salvó de la decadencia.
Evidentemente, los mitos griegos siguen, como hace siglos, a la espera de ser contados otra vez y otra vez.
Y la "per-versión"..., ya sé, siempre hay algo más detrás de tus palabras, déjame intentarlo: el "per" latino significa "a través", por lo tanto sería un "atravesando la versión de Diana", observarla a través del tiempo en sus diferentes versiones o nombres (Diana, Delia, Selene). Esto, claro, además de la "perversión" que todos conocemos. Tú me dirás... Un abrazo, es excelente el relato.

Tristancio dijo...

Qué bello es el deseo, cuando se lo sabe contar...
Es como para leerlo con una copa de vino en los labios, o qué sé yo, lo que apetezca.

Abrazo.-

Vintage dijo...

Impresionante relato, perverso y lleno de realidades
Al fin y al cabo nadie se conoce como uno mismo, auqnue fastidie
muakkkkkkkk

Anónimo dijo...

“el ataque de pánico o el orgasmo”...no me cabe duda que elijo, en fin no importa la época las mujeres no somos muy diferentes, y me gusta cuando los toques de perversión son relatados con sutileza.

He leido otros de tus relatos y si no temolesta te voy a linkear para seguir leyendote, gracias por tu visita y tu comment

besazos

Miss Morpheus dijo...

Hasta las Diosas, antes o después, dejan de vivir en la Luna, ponen los pies en la Tierra e incluso bajan a los Infiernos. Nunca pensaría Endimión que, a pesar de su infinita belleza, acaba formando parte del mobiliario...

Un texto para leer y releer.

Besos.

Unknown dijo...

He retomado el collar de perro tamaño Cocker desde hace unos meses. He vuelto a escribir, Lilith, y te he dejado algo en mi blog. Te quiero.

Vegetable Man dijo...

muy estimulante. me ha gustado.

Subi la segunda parte por si quieres saber ocmo sigue, gracias.

Anónimo dijo...

Coincidio, la imagen del radiador es "bocato di cardinale".

Muy buen relato!!!

Dejame que te cuente dijo...

Peor que ser casta en los tiempos que corren...
es ser casta a la fuerza....
;-P

genial relato como todos los que nos regalas lilith..

un beso