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miércoles, 18 de febrero de 2009

Three Deuces



“Song is the wind time of memory”

James Maher

Tal vez estoy en 1944. Paseo por una calle que supongo que es La Calle. No lo sé por las luces de los clubs, ni por la gente que corre alborotada de uno a otro. Lo sé por el viento. El viento que sale arrasador de una de las siete puertas. El viento que compite con otros vientos. El viento que no tiene rival y que me llama como si fuera el mismo flautista de Hamelin. El viento de Bird.

Suena de fondo Groovin High. Tal vez estoy en 1944. Distingo ahora la trompeta de Guillespie. Duelo de vientos dirigiendo mis pasos autómatas hacia el Three deuces. Entro y oigo humo, veo humo, inhalo humo. Un humo denso y espeso que rodea los pocos focos que apuntan al quinteto. Una pequeña plataforma. Los músicos amontonados. La sala llena de rostros. Intento buscar un asiento vacío. Un lugar donde incorporarme al cuerpo de la multitud que me engulle. Llevo mi saxofón conmigo y es mi único pasaporte. Un saxo alto y una dosis. Tiemblo. Creo como Bird que uno entra en casa cuando tiene una aguja clavada en el brazo.

Hace un par de años que emulo sus solos. Quiero tocar como Bird. Ser como Bird. Tal vez estoy en 1944. El mundo está en guerra. Los muchachos al otro lado del atlántico bailan swing a escondidas. La palabra jazz está prohibida por los nazis. Aquí el jazz es ahora bop. Busca aires nuevos. Como todos los franceses y alemanes que bailan en nombre de la libertad. Como todos los boppers que escuchamos discos para escapar de la miseria. Como ella que ahora entra en la sala y deja salir su viento de tristeza con Strange Fruit. El silencio es nuestra forma de respeto a Lady Day. Callamos todos.

Estreno traje negro. Camisa blanca, sombrero nuevo. Todo lo que la mayoría blanca puede permitirse. Lo que les está prohibido a los que llaman “gente de color”. Tal vez estoy en 1944 y aún reina el infierno de la segregación. Pero el jazz no es así. El jazz es furia, viento. El viento que agita los manteles blancos y rojos al ritmo de las palmas de todas las manos. El que mueve el humo de todos los cigarros. Está prohibido el Lindy hop, han cerrado el Savoy y ya no se nos permite bailar juntos. Pero soñar juntos sí. Hacer el amor juntos sí. Morirse juntos fumando marihuana y escuchando Koko o Billie’s Bounce de Bird. Eso no pueden evitarlo.

Tal vez estoy en 1944 y soy un hombre blanco adicto a la heroína. Tal vez trabajo en una oficina y soy un abnegado padre de familia. Tal vez de noche me gusta volar. Venir al Three Deuces normalmente solo. Ganarme mi espacio entre el humo y la multitud de sombreros. Acariciar con la vista a alguna chica nueva. Mirar la sonrisa traviesa de Bird, las enormes mejillas de Dizzy y soñar, soñar por última vez, por si mañana muero, que suena un saxofón increíble y que, cuando sopla el viento, yo soy negro.

Apéndice- Three Deuces.

Bird. Bombillas blancas en la puerta. Mínimo un saxo alto y uno tenor. 1944. Calle 52 ¿Miles Davis? 18 años. Humo. Marihuana. Heroína. Mujeres. Flores en el pelo. Whisky solo. Ron. Focos rojos o azules. Luz escasa. Humo de nuevo. Mucho. Lady Day. Lágrimas. Risas. Guillespie. Una boina y unas gafas negras de pasta. Viento. Viento negro. Jazz. Be bop.

viernes, 30 de enero de 2009

Fontana delle Tartarughe



Como cada noche Noema se acercaba reptando a su cita. Y digo reptando en honor a su afición a las serpientes, y no cojeando en honor a la verdad. Como cada noche Noema se calzaba el sombrero negro de fieltro en la cabeza y se olvidaba del vaivén poco afortunado de sus caderas en los días en que la coja del paraíso volvía a instalarse en su nervio ciático o danzaba alrededor de su rótula.

Como cada noche Bronce la esperaba inmóvil, callado, incapaz de librarse del agua que Giacomo della Porta había querido -hace cinco siglos- que le lloviera encima. Como cada noche Bronce desistía que la maldita tortuga entrara en el tazón y aguardaba a su dama, excitado, manierista, totalmente fuera de quicio.

Ella pasó por delante de la Fontana dei Fiumi, y saludó a Ganges, aquel mozalbete de Bernini con el que había compartido tan buenos momentos en el pasado, cuando entre las cualidades de su hombre ideal primaban la estabilidad y el mármol. Ganges la miró con reserva y retorció un poco más su cuerpo barroco de efebo blanco, enfurecido y celoso.

Como cada noche Noema serpenteó por las calles del barrio judío y se dirigió dando un rodeo -imprescindible perderse- a la Piazza Mattei. Como cada noche miró los ríos que surcaban el torso húmedo de Bronce, metió la mano en la boca del delfín y notó un suave cosquilleo en el estómago. Bronce esbozó una sonrisa cómplice, así como estaba, pati-abierto, dispuesto a todo. Como cada noche Noema apagó de una pedrada la única farola naranja y se oyeron música y suspiros. Ah, se me olvidaba, en Roma casi nunca suena jazz…

miércoles, 15 de octubre de 2008

Un cos de la nit



Feminine Landscape



Un cos de la nit[1]

1

– No sé – respondo, con cierta indiferencia, a la dañina frase de Roger – , la verdad es que no creo que la soledad me asegure nada, más bien... – estoy dispuesta a contraatacar para defenderme cuando reparo en lo ridículo de la situación. Roger se comporta como un animal herido, se mueve a golpes rápidos y es incapaz de clavar las pupilas. Los ojos grises, que tanto me gustaban, están ahora tremendamente confundidos. Sus manos dan vueltas de un modo compulsivo a los calzoncillos amarillos de algodón a cuadritos que, dados sus treinta y pico, intuyo son una última compra materna. Uno de los calcetines no aparece, por lo que se pone el zapato izquierdo sobre el pie descalzo. La camiseta azul marino, que hace varias horas tuve que arrancarle dada su timidez, es introducida en un gesto reflejo infantil dentro de los pantalones. Ni siquiera se da cuenta del error, de que la camiseta hace más de quince años que no ocupa este lugar. Son las cuatro de la mañana y es demasiado tarde para que echen a la calle a cualquiera. Pero esta noche yo...
– Lo siento, ya sabes que estoy pasando un mal momento– digo poniendo cara de pena e intentando suavizar las cosas. – De verdad, siento que tengas que marcharte a estas horas... es mi maldito insomnio... no te dejaría dormir nada, y visto así... – Clava en mis ojos una mirada de compasión y sé que he elegido la estrategia errónea. Hay gente que siente una ternura incomprensible hacia los seres desesperados. Estoy empezando a parecer desesperada y Roger es uno de esos tipos de los que es imposible librarse cuando una les despierta el mecanismo de la ayuda. Intuyo que es demasiado tarde para mostrar otra cara...
– No et preocupis, ho entenc[2] – dice recuperando la lengua materna, mientras escarba entre los objetos de la mesita en busca de su tabaco de liar.
– Creo que lo dejaste fuera – respondo sin levantar el culo de el colchón. Sé que es lo más adecuado en estos momentos: acelerar la despedida. Dejar que quien sea se esfume lo más rápido posible, olvidarlo todo e intentar dormir.
– Ah, gràcies[3] – dice Roger mientras desaparece por la puerta de la habitación. Tarda en volver aproximadamente diez segundos que, dada mi hiperactividad mental, se hacen eternos. Al quedarme sola empiezo a analizar, compulsivamente, todos y cada uno de los hechos de la noche anterior intentando buscar el inicio del fin. La cena, la visita a la galería, el paseo... Y yo que pensaba que con alguien como Roger las cosas serían diferentes. Pues nada, lo mismo de siempre.



(continuará)




[1] Un cuerpo de la noche
[2] No te preocupes, lo entiendo
[3] Gracias






jueves, 2 de octubre de 2008

Me llamo Sofian



Jaques Beaumont - Meres Et Enfants

Me llamo Sofian, nací en Zir-zir y hoy a los 14 años, una vez cumplida la mayoría de edad, emprendo el viaje. Nacer en Zir-zir es decir irse, es decir amarrarse a las faldas de tu madre, disfrutar de ser niño mientras ella se aguanta la pena, no conocer padre alguno y, como tantos otros, volar.
Zir-zir no es pequeña ni grande, es simplemente Zir-zir: una ciudad escuela donde aprender lo necesario para el viaje. Una ciudad espejo, donde las mujeres se miran para recordar que existen y los hombres - mejor dicho hombres-niños - apoyan sus manos antes de decir la última palabra. Una ciudad calambre, donde la pena es un río subterráneo, a pesar de ser terreno de secano, y el hambre es hambre y no es broma. Una ciudad puñal, porque las niñas se lo pasan jugando, quitándoselo de las manos, y las madres lo llevan clavado entre las cejas para no llorar más.
Me llamo Sofian, tengo 14 años y nací en Zir-zir, una ciudad de África, donde tú nunca irás.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Pre-texto



Bar-Du-Soleil-1961 by Henry Clarke


Conocí a Helena en el metro, concretamente en Miles Davis Station, lo cual sería algo a celebrar, si no fuera porque ella había quedado allí con Peter, mi Peter, y en principio no era más que otra mujer que añadir a la lista de lo que él llamaba sus “putitas ocasionales”. De qué coño hacía yo, una mujer culta ya bien entrada en los cuarenta, con un cabrón misógino como Peter –aparte de joderme la vida- os hablaré en otro momento. Ahora quiero remitirme a la escena.

Allí estaba él, en la plaza central, con su pelo canoso e impecablemente vestido, haciendo sonar la trompeta y tocando So what. Se notaba a la legua que no era un músico del metro sino un intelectual, la computadora tirada en el suelo y un buen par de libros lo delataban. A su alrededor un montón de jovencitas, atraídas por esa magia brutal que desprende Peter y que tan bien conozco, y al fondo – como si la escena no fuera con ella: Helena, con un sombrero negro de bombín a lo Sabina. Con el mismo tipo de sombrero, con el que yo me había presentado a la primera cita con el que hoy era mi marido hace ya 20 años. Otra literata pensé. Y a este cabrón todavía le funciona el truco.

Helena era más bien alta y terriblemente delgada, su aspecto era desvalido y frágil, aunque ella intentara ocultarlo tras sus tacones de aguja, sus medias de rejilla y una marcada línea de Kohl. Miraba a su alrededor con aire distinguido, como si las cosas triviales no fueran con ella. Se acercó al músico y Peter desafinó una nota. Un paso de nuevo y una nota perdida más. Otra jovencita atormentada deseosa de convertir su vida en novela, pensé. Otra creadora innata, me dije a mí misma, y Peter, el pre-texto.

martes, 26 de agosto de 2008

El sueño de Endimión o la per-versión de Diana


negrescolor (ilustración creada tras la lectura del cuento)

"No es fácil ser casta en los tiempos que corren”, se repitió Diana a la vez que azuzaba la vista para disfrutar de la salvaje turgencia de las nalgas de Endimión. “No es nada fácil”, volvió a decir la hija de Latona, mientras se pellizcaba el pezón derecho (el menos sensible) para cortar en seco este monodiálogo autodestructivo que la estaba distrayendo de su ritual ‘voyeurista’ diario. Sentada a caballo del radiador, a media potencia, la triforme se había presentado esta noche bajo el cuerpo de Hécate, recién salido del infierno. Andaba completamente desnuda, a excepción de una borla de plumas rojas y negras de cabaretera, regalo de una vieja folklórica, cuyo vértice inferior dejaba deslizarse entre sus piernas y unas sandalias doradas de tacón finísimo, dignas de toda una diosa como ella. Observó el sueño apacible de Endimión, la contracción de sus costillas, los marcados músculos- ahora relajados- de la espalda, la dureza de los muslos, que nunca se atrevería a tocar ; imaginó su sexo rígido y notó cómo su respiración se aceleraba bruscamente. “Tengo dos opciones”, se dijo, “el ataque de pánico o el orgasmo”. Decidiéndose por esta última, encendió un cigarrillo ; avivó la potencia del radiador, que empezaba a dejar unas ligeras marcas rojas en sus ingles ; volvió a fijar sus ojos en los cabellos negros del varón ; aspiró su aroma...

“Los tiempos ya no son lo que eran”, se repitió Diana, Delia esta noche, a la vez que descansaba su arco sobre el suelo y se masajeaba el pecho izquierdo para aliviar el dolor de los golpes de la cinta portadora. Su hermoso disfraz de cazadora romana se había reducido considerablemente con los siglos. La túnica, las sandalias, el carcaj o la media luna de la frente se habían convertido (tuvo la culpa el siglo XIX y su posterior afición al fetichismo) en un collar de perra negro -tamaño cocker-, un cinturón de pinchos de dos vueltas y unas botas de cuero, de esas de mil cordones, que le llegaban la altura de las rodillas. Las medias de rejilla, complemento del que hoy no podía prescindir, aderezaban el conjunto que la diosa había elegido esta noche sin luna para ir al encuentro de Endimión. “Estoy segura de que puede notar mi presencia” dijo, recordando los escalofríos del joven durmiente cuando, en el momento de la despedida, rozaba con sus labios abultados alguna parte de su cuerpo. De pie, apretando sus nalgas generosas contra el marco de una puerta inexistente, se dedicaba de nuevo a adorar las columnas blancas de las piernas vigorosas del efebo, su pecho sin vello, sus pezones erizados... Lentamente, Diana acarició con sus uñas, no sin cierta violencia, la goma de las medias produciendo un ruido extraño ; introdujo el dedo corazón suavemente en el interior de su vagina y comenzó a tararear, en voz baja, la canción más dulce de la Monroe :

“Ooh, do it again. I may say no, no, no, no, but do it again. My lips just ache to have you take the kiss that’s waiting for you. You know if you do, you won’t regret it. Come and get it !...”

“Endimión ha cambiado”, se quejó Diana maldiciendo la inmortalidad de su amor ‘voyeurizado’ al tiempo que se recomponía sus largos cabellos rubios. “Ya no es el pastor salvaje que dormía desnudo sobre el monte de Latmos, ya no es el sabio astrónomo de la Caria... ahora duerme sobre un sofá cualquiera, en una casa cualquiera. Es banal... como la vida misma”. Luna, adoptando la última de sus formas, paseó su cuerpo de serpiente por la estancia donde dormía Endimión y deseó que el muchacho pudiera, aunque fuera una vez, observar sus senos tersos y blanquísimos que le llamaban decididos desde el transparente camisón azul. “No es lo que era”, se dijo, “sigue siendo bellísimo”, los ojos fijamente clavados en las nalgas redondeadas, “pero no es lo que era”. Lo admiró por última vez : sus hombros varoniles, sus brazos inquietantes (de algo había de servirle el capoeira), su rostro simétrico, sus ojos claros invisibles bajo los párpados, su abdomen marcadísimo, su sexo erguido y desafiante, que había vuelto a sentir las miradas de la diosa y respondía con el mejor de los saludos. Diana levantó una garrafa cercana sobre su cabeza y litros de agua helada cayeron por su cuerpo dejando invisible el vestido. Dos segundos más tarde, unas manos amorosas, “quién se conoce mejor que una misma”, pensó, comenzaron a recorrerla dulcemente. Otras manos, de un tamaño mayor, “no es fácil ser casta en los tiempos que corren”, recordó la diosa, apretaban sus senos con urgencia o palmeaban su culo por encima de la ropa. El bello Endimión había despertado de su hechizo. Lo peor : el dolor de espalda de apoyar solamente la cabeza (siempre tuvo la diosa complejo de equilibrista) contra el sofá y las agujetas del día siguiente que, en otra época, hubiera roto cazando ciervos. “Mañana será otro día”, bendijo Selene, “estaré libre por la noche...” Al fin y al cabo, a ella, Endimión (que ahora parecía empeñado en llevarla de vuelta a los cielos) ya no le gustaba tanto...

miércoles, 20 de agosto de 2008

COARTADA



Stephen Hender- Sebastiana.

Peter Pan no existe. Lo pienso mientras enciendo el último cigarrillo y entorno los ojos. La noche es tediosa. La luz es ambigua y clara. El Surrealismo tampoco existe. Ni Ceselli. Ni Latorre. Ni Llinás. Ni Maradiaga. Ni Molina. Ni Vasco. Ni los relojes blandos de Dalí. Ni Aldo Pellegrini. Ni los ojos azules de Peter. Ni sus tangos porteños. Ni sus cabellos rubios. Ni su habitación interior. Ni nuestras fotos en Portlligat. Ni su pasión por los helados de vainilla. Ni su cámara de vídeo. Ni mis desnudos. Ni su aparato protector de los dientes. Ni su furgoneta. Ni los elefantes con piernas de insecto. Ni los tigres. Ni Gala. Ni sus piqueteros. Ni Río de la Plata. Ni su espalda de escalador. Ni su tabla de windsurf. Ni las pruebas del no sida. Ni el amargor del mate. Ni Baires. Ni el Lunfardo. Ni sus grupos de rock. Ni la bandera de Jamaica. Ni su plantación de marihuana. Ni mi libro dedicado. Ni Lilith. Ni Ofelia. Ni su espalda. Ni mi esguince. Ni 1924. Ni Francia. Ni París. Ni Breton. Ni Eluard. Ni Marx Ernst. Ni el iluminado de Freud. Ni el santo de Karl Marx. Ni abril. Ni agosto. Ni diciembre. Ni su ramo de flores. Ni los calcetines perdidos. Ni la lluvia. Ni los sawarmas en la Rambla del Raval. Ni el vino. Ni Paul tocándonos un blues con la guitarra. Ni el frío suelo de la plaza del Macba. Ni el (h)original. Ni Residencia en la tierra. Ni Sobre los ángeles. Ni Poeta en Nueva York. Ni sus suspiros. Ni los míos. Ni sus embestidas. Ni mis uñas. Ni mis caricias. Ni su falo. Ni las hormigas. Ni los espejos. Ni los huevos. Ni los caracoles. Ni el agua de la ducha. Ni El gran masturbador. Ni La Révolution surréasliste. Ni vida a transformar. Ni Wendy. Ni Campanilla. Ni psicoanálisis. Ni yo. Ni supra-yo. Ni el ambiguo Sr. Darling... Yo adivino el parpadeo de las luces que a lo lejos van marcando mi retorno...


domingo, 17 de agosto de 2008

Cave canem (Morgana y los espejos)






Christian Coigny


Vine al mundo para dormir sobre un espejo, para que su helada superficie me devuelva, con cada mínimo roce, la belleza que me quita. Creo que existo para entrar en una habitación a oscuras e iluminarla entera. No es soberbia, es exactitud. Al cruzar una sala, atraigo inmediatamente todas las miradas. Camino despacio, felina, altiva. Me comporto distante pero clavo los ojos con fina precisión. Ellos sacan pecho, se rozan el cabello, ladean las cabezas, sumisos (algunos tal vez estúpidos). Ellas se plantan a su lado marcando su posición. Cuando es así, los miro más aún, hasta que tiemblan, hasta que ella le increpa.

Ocupo mi lugar solitario en la barra y normalmente elijo bien mis piezas. El chico tímido, mi favorito, no se moverá nunca. Si lo hace, si entra en el juego, tal vez pierda sus puntos en la conversación, a no ser que tenga unos ojos poderosos, entonces los perderá en el lecho, y las dos o tres noches (si salva la primera y no gatilla) me obligarán a deberle una ruptura digna de una relación. Si no acepta el adiós se volverá loco y deberé protegerme de nuevo; si es listo, si acepta las disculpas (en las que por no herirle, de nuevo mentiré y le diré que no sé amar, que él no tiene culpa), resarcido en su ego, elegirá a la mujer que quiera y la hará suya, la cuidará con esmero y ella me mirará con miedo. Eso sí, será amable conmigo, tanto que me hará sentir incómoda.

Mi mejor espejo es el otro: el otro que se aviva como el fuego al mirarme, el otro que me desea miedoso y que no me tendrá nunca, el otro que me embiste a solas, como quien hunde su puño en un delicado jarrón de porcelana. El otro, la otra. La que me acaricia con el amor de la envidia, la que anhela que me acueste con su hombre para que éste suba un escalón y llegue al pedestal, la que no tiene su fuego ni su locura pero sí una esperanza de futuro…

El último don Juan, el pavo real, el hombre maduro (generalmente artista o intelectual, generalmente poderoso) abandonará su harén de “Evas” y se acercará. A veces lo harán dos a la vez, lanzarán el guante para mi deleite, y herirán sus egos mutuamente hasta que yo me decante por alguno. El más diestro en la conversación, el que use menos tópicos, el que esté dispuesto a soportar una buena disertación intelectual hasta altas horas de la mañana, el que sepa discutir… ése tendrá el privilegio de disfrutar de mis palabras, de un suave beso en los labios y de una larga espera. No doy teléfonos. Sólo los cojo. Sólo yo elijo. No sé si mañana al despertar la misma persona me resultará interesante.

Un apunte, cuanto más herida esté por dentro, cuanto más descompuesto el puzle, cuanto menos me aguante a mí misma… más bella seré, más serenidad en mi rostro, más hermosas, ceñidas y resaltadas irán mis curvas, más negro en mis ropas, más profundidad tendrá mi mirada, más rouge, más kohl, en fin, cave canem.

Textos relacionados :

Una de Morgana

La pasión de Morgana

Sweet Little Nipples


miércoles, 30 de julio de 2008

JUST YOU, JUST ME


Para Fire.

“Just you, just me
Let's find a cozy spot
To cuddle and woo...”

Nat King Cole



“Al Séptimo Infierno”, dijimos a dúo con las voces todavía excitadas. El taxista, chicano, adicto a Elvis Presley, nos miró de reojo y apretó el acelerador. Supongo que olíamos a sexo, que nuestro aliento dejaba escapar vahos lascivos de whisky del bueno, que la música - que aún sonaba en nuestros oídos - se deslizaba fuera de nuestras cabezas olvidadas con el pudor en casa. No podíamos dejar de acariciarnos, nuestras manos se movían solas desobedeciendo la compostura del resto del cuerpo.
Eso debía pensar el taxista, que transportaba cuerpos, por el modo en que observaba los pechos desnudos de Nerea, que quedaban al descubierto sobre su desabrochado vestido de leopardo. Just you, just me, la maravillosa canción con la que habíamos sincronizado los últimos orgasmos de la tarde, seguía sonando ininterrumpidamente en el cuarto gris junto a las falsas promesas ¡Qué fácil jurar amor eterno oyendo un blues, lo habíamos hecho tantas veces!... Pero ahora, sólo éramos seres que se dirigían, frenéticamente, hacia el infierno (si es que no vivíamos perpetuamente en él). La vida era jazz. El resto, todo lo demás, era la muerte...
El Séptimo Infierno estaba a reventar - como todos los séptimos infiernos del mundo, allá donde estuvieran, en París, en Nueva York, en el Bourbon Street de Nueva Orleáns - repleto de hombres y mujeres endemoniados, que movían sus cabezas y ondulaban sus cuerpos sensuales con determinación. Bohemios enfermizos, fanáticos del bop, locos y locas que sólo allí tenían sentido, parásitos del negro, del rojo, del terciopelo, adictos a las botas de serpiente y a los zapatos bicolor...
Un olor agradable a sudor humano invadía la sala, cientos de pechos femeninos se movían, de derecha a izquierda, liberados del sujetador. Todo es místico en el jazz. El jazz es dios, maldito, omnipresente, más pagano que nunca. La voz desgarrada de una mujer, tarareando I Didn´t Know What Time It Was , hacía susurrar en la oscuridad miles de caderas solitarias. El humo acariciaba los rostros sudorosos, mientras la cantante contraía su cara, acentuando todas y cada una de las sílabas, como en un orgasmo perpetuo. Un instante después, Mike el gordo, trompetista negro de origen cubano, violaba el ambiente con su sonido extático. El mundo se detenía y nos recordaba que estábamos perdidos y que así de apetecible era el abismo... Mientras, en algún lugar, en alguna habitación perdida de algún Harlem del mundo, en su Séptimo Infierno particular, alguien más hacía el amor con Nat King Cole...


Pd:Texto e ilustración pertenecientes al libro Hedonia autoeditado conjuntamente con Joan Fernàndez en el año 2006 y publicado por elguantenegro. Gracias a mi hermana, la Doctora Queen, por ser uno de nuestros mecenas.


domingo, 11 de mayo de 2008

Este agüelo! (un relato de Amor)



A mis abuelos Landelino y Ángeles, por tantos años de dulzura.

Hoy has madrugado más que de costumbre. Te has levantado de la cama y tras mirarme a los ojos me has dicho “m’em vaig a buscar la meua dona”. Yo he pretendido pararte, te he dicho “on vas güelo?, que no veus que encara es de nit?” y he hecho un esfuerzo por levantarme rápido de la cama. Entonces, he oído la puerta de la entrada cerrarse de golpe. Como he podido, he cogido el andador y me ido arrimando a la ventana del comedor, para ver por dónde te ibas. Me he quedado un poco más tranquila al ver que cogías el camino del parque, tu parque y he intentado llamar a “les filles” pero no me he aclarado con el teléfono.
Al rato has vuelto con Angelita, la “filla menor”, que te ha encontrado cuando iba al trabajo. Me has dado un "beset xicotet" y te has sentado, así como ibas, con batín y pijama, en tu sillón a echarte un sueñecito. La filla te ha dicho: “pare, vol vosté el desayuno?” y tú le has respondido que no, que estabas “molt cansat”. Me ha explicado nerviosa que te había encontrado con un vestido mío, los zapatos y un paquete grande, de los de dormir, en las manos ,sin bolsa alguna. Yo, he hecho circulitos en la cabeza con un dedo, y le he sonreído. Me hace gracia que todavía me busques de esa manera. Ella me ha dado un “beset “y se ha esperado conmigo hasta que llegara Dora, una de las chicas que nos cuidan, la que me peina y me hace masajes.
A las dos horas te has despertado y has gritado: “Que ací quan se dina?” y yo te he dicho, “güelo, que encara es promte, vols jugar a les cartes?”. Me has dicho que no, que después, y te has comido con ansia un plátano y un yogur que te ha traído Dora, Ay, si me hubieran dicho que algún día comerías yogures con el “fastic” que te daban. Te he visto “mossegar” con dificultad y he pensado que tal vez habías olvidado ponerte los dientes. Me ha entrado la risa. Este agüelo! Mira que estás pito con 94!
Me he quedado dormida y he soñado que venías con el camión. Estabas tan guapo, tan alto. Tenías otra novia la Joaquina, pero yo “molt pita” te conquisté bailando el “ballpla” en las fiestas de Morella, y te casaste conmigo. De repente estábamos en el campo, en nuestra primera casa, yo trabajaba la tierra y tú dabas de comer a los animales. “A Angelita li feian por” las gallinas. Has tosido y me he despertado.
Te he mirado como te levantabas poco a poco y caminabas después ágil a encender el televisor. Hemos visto la primera cadena, porque ya no sabemos cambiar de canal y han dado un concurso de esos que tanto nos gustan. Hemos aplaudido a las respuestas hasta que “ens han cridat per dinar”. “Vamos güela, güela”, me has dicho. “Ay, ay ay, ay”, para que caminara más deprisa, mientras me pellizcabas el cul. Me he reído un rato: Este agüelo!
Después de comer hemos echado una siesta y a “les cinc” ha venido una de las nietas que vive en Barcelona. Tú, le has preguntado si ha venido sola o con el novio y te ha dicho que sola. Le has hablado de amor y le has dicho que después irás a pasear con la novia (yo), o si no con otra novia nueva, una viuda que te persigue con la que te irás cuando te canses de la agüela. La “neta” te ha seguido la corriente, como todas, y te ha dicho que la agüela seguro que es más guapa y yo me he puesto colorada y me he reído. Este agüelo!
Después del paseo (hemos dado la vuelta a la manzana), hemos visto de nuevo la tele, y tú has leído todo lo que salía escrito en la pantalla. ¡Qué bien lees! y “quina fam que tinc!”. Dora nos ha dado de “sopar” a las ocho y a las nueve y media, sin avisar, has dicho que te ibas a la cama y “la agüela també”. Como aun no había llegado la filla para dormir, me he ido a la cama contigo para que no te enfadaras, y no he podido ponerme el camisón. Así que me he acostado vestida hasta que te he oído roncar. “Quins pulmons!”. Ay Este agüelo!

domingo, 4 de mayo de 2008

Noche loca


Dios era negro y venía por partida doble.

Hace tres años que no vivo de y para la literatura. Reconozco que ha sido un respiro pero, a veces, recaigo con gusto en mi droga y me sorprendo de lo fácil que es levitar en un mundo paralelo. Cuando viene así, sin forzarlo, sin proponérselo, sin asfixiarte, reconozco que el reencuentro con esta faceta de mi vida es de lo más placentero y sorprendente. Os pongo en situación: viernes por la noche, juerga salvaje, dios era negro y venía por partida doble. Usaré de nuevo la palabra efebo que ya había desterrado de mi vocabulario y usaré de nuevo la palabra objeto para definir a un hombre- cuerpo, obra sin acabar, materia prima para esta mente de pigmaliona obsesiva que crea y se recrea.

Estoy bailando dentro de un poema visual. Reconozco mi amor pasional por la negritud y me deleito con lo que queda de tribal en la danza de dios. Lo juro, no soy descarada, pero no logro pasar desapercibida. No sé mirar de reojo, yo observo, memorizo, fantaseo, descuartizo la imagen si hace falta. Dios se da cuenta sonríe y se desvanece. Menos mal que venía por partida doble. Observo ahora, voyeur como siempre, los calzoncillos que asoman del pantalón del efebo número dos. Mi hombre (el de verdad) se percata, me pega un codazo y se descojona. Sigo disfrutando del baile primitivo al que me ha llevado la música y el número elevado de dioses que ahora habitan la sala. Cuántos años sin un instante de mi famoso “amor universal”, donde la belleza inunda todo lo visible y lo invisible, y una se siente terriblemente dionisíaca y pagana.

Todo termina. El efebo segundo, novia en mano, me dice que no puede irse de la sala sin despedirse de mí, dos besos fraternales y la tranquilidad de ver al hermoso cubano marcharse convertido en puro mortal. El poema ha acabado. Giro la cabeza y busco al hombre que comparte mi vida. S, a su bola como siempre, cierra lo que para él también ha sido una noche memorable (hablo de música). Me alegro tanto de que sea humano y táctil y de no haberlo convertido jamás en literatura. Me sonríe a lo lejos mientras le ayudo a desmontar las cosas del concierto. Mejor “hombre” que muso, me digo. ¡Donde va a parar!



jueves, 24 de abril de 2008

Three Deuces


“Song is the wind time of memory”

James Maher

Tal vez estoy en 1944. Paseo por una calle que supongo que es La Calle. No lo sé por las luces de los clubs, ni por la gente que corre alborotada de uno a otro. Lo sé por el viento. El viento que sale arrasador de una de las siete puertas. El viento que compite con otros vientos. El viento que no tiene rival y que me llama como si fuera el mismo flautista de Hamelin. El viento de Bird.

Suena de fondo Groovin High. Tal vez estoy en 1944. Distingo ahora la trompeta de Guillespie. Duelo de vientos dirigiendo mis pasos autómatas hacia el Three deuces. Entro y oigo humo, veo humo, inhalo humo. Un humo denso y espeso que rodea los pocos focos que apuntan al quinteto. Una pequeña plataforma. Los músicos amontonados. La sala llena de rostros. Intento buscar un asiento vacío. Un lugar donde incorporarme al cuerpo de la multitud que me engulle. Llevo mi saxofón conmigo y es mi único pasaporte. Un saxo alto y una dosis. Tiemblo. Creo como Bird que uno entra en casa cuando tiene una aguja clavada en el brazo.

Hace un par de años que emulo sus solos. Quiero tocar como Bird. Ser como Bird. Tal vez estoy en 1944. El mundo está en guerra. Los muchachos al otro lado del atlántico bailan swing a escondidas. La palabra jazz está prohibida por los nazis. Aquí el jazz es ahora bop. Busca aires nuevos. Como todos los franceses y alemanes que bailan en nombre de la libertad. Como todos los boppers que escuchamos discos para escapar de la miseria. Como ella que ahora entra en la sala y deja salir su viento de tristeza con Strange Fruit. El silencio es nuestra forma de respeto a Lady Day. Callamos todos.

Estreno traje negro. Camisa blanca, sombrero nuevo. Todo lo que la mayoría blanca puede permitirse. Lo que les está prohibido a los que llaman “gente de color”. Tal vez estoy en 1944 y aún reina el infierno de la segregación. Pero el jazz no es así. El jazz es furia, viento. El viento que agita los manteles blancos y rojos al ritmo de las palmas de todas las manos. El que mueve el humo de todos los cigarros. Está prohibido el Lindy hop, han cerrado el Savoy y ya no se nos permite bailar juntos. Pero soñar juntos sí. Hacer el amor juntos sí. Morirse juntos fumando marihuana y escuchando Koko o Billie’s Bounce de Bird. Eso no pueden evitarlo.

Tal vez estoy en 1944 y soy un hombre blanco adicto a la heroína. Tal vez trabajo en una oficina y soy un abnegado padre de familia. Tal vez de noche me gusta volar. Venir al Three Deuces normalmente solo. Ganarme mi espacio entre el humo y la multitud de sombreros. Acariciar con la vista a alguna chica nueva. Mirar la sonrisa traviesa de Bird, las enormes mejillas de Dizzy y soñar, soñar por última vez, por si mañana muero, que suena un saxofón increíble y que, cuando sopla el viento, yo soy negro.

Apéndice- Three Deuces.

Bird. Bombillas blancas en la puerta. Mínimo un saxo alto y uno tenor. 1944. Calle 52 ¿Miles Davis? 18 años. Humo. Marihuana. Heroína. Mujeres. Flores en el pelo. Whisky solo. Ron. Focos rojos o azules. Luz escasa. Humo de nuevo. Mucho. Lady Day. Lágrimas. Risas. Guillespie. Una boina y unas gafas negras de pasta. Viento. Viento negro. Jazz. Be bop.

lunes, 25 de febrero de 2008

Doctor, doctor (I)




Doctor, doctor, es que me duele mucho el cerebro, hace unos días que me comí la vida y no la puedo defecar… no, no el estómago, el cerebro, la vida no necesita enzimas para ser digerida, necesita lágrimas… no, no puedo, es como si alguien me hubiera cerrado las compuertas y no sé pero creo que me he tragado la llave… y yo que sé, creo que tenía forma de pluma, aunque a veces es una contraseña… no, no funciona, ayer me metí lo dedos y no salió ni una palabra ni media… ¿cree usted que tengo cura?… le da lo mismo si canto o bailo, es que ya no me acuerdo de escribir… ok, un blues y una jota… hasta la semana que viene

Falling in Love with Love




Entrar en la ciudad de J era muy fácil si una cumplía las tres condiciones exigidas: ser un tanto mona, algo culta y una buena adicta a los enamoramientos de película o literarios. J, sin ni siquiera haberte besado, entreabría la puerta y, si una no ponía pies en polvorosa, se colaba dentro con una facilidad increíble.
Lo mejor de la ciudad era que la mitad de las calles y los edificios vivían solamente en la propia imaginación. Así que J sin proponérselo habitaba simultáneamente ciudades y ciudades… La nuestra estaba delimitada por un delicado olor a talco (no muy apropiado para nuestra edad, pero que anticipaba una buena sesión de sexo) y un viril olor a apio que se colaba por todas las esquinas y era su modo “paternal” de pedir perdón. Normalmente el fuerte olor a sopa indicaba que la vez anterior “alguien” debió marcharse en seguida o antes de dormir porque J tenía una reunión inesperada “con tres o cuatro personas a la vez”, insistía, mientras se lavaba con jabón compulsivamente el rostro, borrando los restos de perfume que una había dejado a sabiendas por aquí o por allá.
La nuestra, mejor dicho la mía, era la ciudad más sabrosa que una enferma de literatura pueda imaginar: con aromas de naufragio y despecho; un ácido olorcito a tango porteño que acompañaba el efluvio del sudor del baile que nunca probamos en vertical; el sexo más salvaje que olía a talco, incienso y a vela de canela, y el más dulce que apestaba a lo mismo. La nuestra era la cuidad más sabrosa, hasta que las lágrimas me impidieron oler nada… y esto no pasó sólo una vez, sino otra y otra…
Salir de la cuidad de J era lo más difícil, porque cuando la ciudad se desmoronaba, las calles pendían de un hilo telefónico, las casas de un sms, las farolas de un e-mail… Una huía y huía cubriéndose la nariz y, paradójicamente, cada vez se adentraba más en el centro histórico -casco antiguo, como a J le gustaba decir- y es que lo del sexo y el aroma a talco era fácil, al igual que lo de las velas y el incienso; pero lo del apio, ahí estaba su principal virtud, cómo iba a olvidar una a un hombre de cuarenta años que sabía disculparse a la manera de nuestras abuelas, que en tiempos de paz o guerra todo lo arreglaban con un buen plato de sopa…

domingo, 3 de febrero de 2008

INSTRUCCIONES PARA NO DORMIR



No bebas nunca leche caliente antes de acostarte; pásate al té o mejor al café, al café bien cargado. No leas un libro que no te interese, busca uno por el que darías la vida y no se la des. No imagines cosas hermosas, es más, cuando cierres los ojos: recuerda. Recuerda cómo te jodieron ayer, cómo te joderán mañana y siempre. Y cuando te sientas jodido, guarda la rabia, cierra la boca para que no salga y no te permitas aflojar los puños. Cena fuerte y pesado, nunca sabes cuál será tú última comida. Disfruta de la cena, pero no demasiado, puede que los demás lo noten y esto podría ser mortal. Hazte una paja, pero sólo una y corta la segunda a la mitad, no te dejes llegar al orgasmo por si acaso. Desmonta y monta tu fusil, una y otra vez, practica, tal vez en el futuro un segundo sea irreversible. Fuma, fuma mucho, hasta que se te pongan amarillos los dientes. Tatúate, esnifa cocaína y frota el resto sobre la herida, dibuja algo simbólico, algo que te una a tus parientes; así podrán reconocer el cadáver si fallas y te duermes.

domingo, 27 de enero de 2008

Simulacro de poeta (A)


Defiendo la inteligencia y la imaginación
José María Álvarez

Me has dicho que es todo un simulacro: mi amor recalcitrante por ti, los versos y el crujir de las horas. Te aplaudo. Admito sin titubear que llevas razón. Este amor obstinado y terco como un mulo. Esta ilusión tenaz por convertirte en lo que no eres... ¿Por qué habría de distinguirme yo de Arthur Miller o Carl Sanburg y renunciar al deseo de posesión de Marilyn? Un piano humano, objeto o cuerpo, llámate como quieras amor, hoy que por fin nos hemos descubierto ¿Es que no sabes que me estoy reconstruyendo bebiendo de tu sexo y mi imaginación? ¿Acaso no me has visto caer de rodillas ante tus piernas y contar uno a uno los pliegues de tus muslos? A veces me parezco demasiado a lo que detesto, desfallezco histriónicamente ante un mito (entiéndase mito como una voluptuosidad o un deseo carnal febril que no atiende a razones). Defiendo la inteligencia y la imaginación del cazador que entre las piezas del museo elige su presa para llevarla a casa y observarla a solas. A la pregunta de qué pinta el i-ching en todo esto, te respondo que es cuestión de vacío. Es brutal tu ceguera, pero no hablemos de la mía que, pigmaliona obsesiva, a fuerza de crearte, te toco y te toco y no te veo.

domingo, 16 de diciembre de 2007

ROTA




A Mónica, eterna compañera en perversiones,
absurdos y otros vacíos del Leteo.

Allí estaba, sentada en medio del mundo, resplandeciendo como una bola de pelo rojo en la oscuridad, resignada a des-esperar, con las piernas abiertas, un príncipe azul con cara de sapo y ramo de flores incrustado en el culo.
La luna magnífica, felina, se balanceaba extática intentando el auto-cunnilingus, solamente posible en las noches de cuarto menguante.
De pronto, alguien la llamó por su nombre. La Rota le besó y le vomitó en la cara: jaculatorias de posesa, restos despedazados de un Bécquer trece añero que leyó en Nuevo Vale, trocitos pequeñísimos de manual de autoayuda sobre cómo morirse de una vez en el infierno...
Apretó, con orgullo, sus manos de puzle inacabado, pretendiendo asir sin éxito: el último desvarío esquizoide del aire, la última señal cóncava de la moneda de un cuento de Cortázar, el quejido ulterior de un Eros narcisista al estirarle los pezones, el poder de su disolución meterótica en un blues...
Se echó a andar. Caminó sin rumbo, llevando por petate: una ridícula foto gris de Calimero, tres cabezas jíbaras de muñeca rubia (“Decapite a su Barbie nihilista, libérese!”, gritaba la consigna) y el pico disecado de un ruiseñor azul que odiaba los condones.
La acompañaba un gato verde, negro como su suerte (su buena malasuerte), estrábico desde niño, flaco, señorial, taciturno, parásito de coños y absenta que, serpenteando al lado de su sombra, se deslizaba hasta su hombro para aposentarse sobre él como un búho (Nadie comprendió nunca esta amistad).
Intentó situar sus pies en línea recta (sin ayuda de la golosa cocaína), olvidar el salto obsesivo-compulsivo de las baldosas de su adolescencia, repasar la lista interminable de “lerdos buena-persona” que, en los últimos meses, había dejado escapar.
Ni siquiera se dio cuenta de que los entes del infierno del barrio aplaudían a su paso, con emoción y cierta arritmia, y le dedicaban sonrisas histriónicas (de seductor de profident) al crujir de sus botas negras (de tacón asesino) de naufragada bailarina de comparsa…