Dios era negro y venía por partida doble.
Hace tres años que no vivo de y para la literatura. Reconozco que ha sido un respiro pero, a veces, recaigo con gusto en mi droga y me sorprendo de lo fácil que es levitar en un mundo paralelo. Cuando viene así, sin forzarlo, sin proponérselo, sin asfixiarte, reconozco que el reencuentro con esta faceta de mi vida es de lo más placentero y sorprendente. Os pongo en situación: viernes por la noche, juerga salvaje, dios era negro y venía por partida doble. Usaré de nuevo la palabra efebo que ya había desterrado de mi vocabulario y usaré de nuevo la palabra objeto para definir a un hombre- cuerpo, obra sin acabar, materia prima para esta mente de pigmaliona obsesiva que crea y se recrea.
Estoy bailando dentro de un poema visual. Reconozco mi amor pasional por la negritud y me deleito con lo que queda de tribal en la danza de dios. Lo juro, no soy descarada, pero no logro pasar desapercibida. No sé mirar de reojo, yo observo, memorizo, fantaseo, descuartizo la imagen si hace falta. Dios se da cuenta sonríe y se desvanece. Menos mal que venía por partida doble. Observo ahora, voyeur como siempre, los calzoncillos que asoman del pantalón del efebo número dos. Mi hombre (el de verdad) se percata, me pega un codazo y se descojona. Sigo disfrutando del baile primitivo al que me ha llevado la música y el número elevado de dioses que ahora habitan la sala. Cuántos años sin un instante de mi famoso “amor universal”, donde la belleza inunda todo lo visible y lo invisible, y una se siente terriblemente dionisíaca y pagana.
Todo termina. El efebo segundo, novia en mano, me dice que no puede irse de la sala sin despedirse de mí, dos besos fraternales y la tranquilidad de ver al hermoso cubano marcharse convertido en puro mortal. El poema ha acabado. Giro la cabeza y busco al hombre que comparte mi vida. S, a su bola como siempre, cierra lo que para él también ha sido una noche memorable (hablo de música). Me alegro tanto de que sea humano y táctil y de no haberlo convertido jamás en literatura. Me sonríe a lo lejos mientras le ayudo a desmontar las cosas del concierto. Mejor “hombre” que muso, me digo. ¡Donde va a parar!
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