jueves, 20 de marzo de 2008

El abuelo Antonio


Al nacido en aldea lo cría el horizonte
y se lo lleva un tren
cualquiera
cualquier tarde.
JUAN VICENTE PIQUERAS Aldea


Creo que tengo cinco años. Espero en la salita de papel de flores, junto a la abuela Dolores y dos o tres canarios, la llegada del abuelo Antonio.
El abuelo Antonio siempre trae dos cosas en los bolsillos de su chaqueta: fresones de gominola y una bolsa de gusanitos risi. Hoy son las doce del mediodía y vuelve de hacerle una visita a su mejor amigo en la ciudad: el tren.
Como cada día se ha puesto su sombrero de caballero andaluz y un clavel rojo en la solapa de la chaqueta. Ha cogido un bastón (esto no sé si me lo invento, porque no lo recuerdo) y ha cruzado la ciudad entera andando con brío hasta llegar a la estación.
Allí se ha sentado en un banco de color verde y ha esperado paciente la llegada del Torre del Oro. Los revisores y el personal de la estación le saludan con respeto: “¿Qué tal está usted señor Antonio?”. “Mu bien, aquí, ná más, a ver si el tren dichoso trae a alguien que conozca de mi tierra”.

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