martes, 18 de marzo de 2008

Friego los platos con Bill Evans


Mañana de martes. Reconozco que hoy es un día extraño. Espero una llamada importante de la administración, lo que es casi peor que esperar la llamada de un amante, porque aquí una no puede ir montándose películas mientrastanto, sólo le queda la opción de desesperar. Me dispongo a la aburrida y rutinaria tarea de fregar los platos, al menos en mi caso. Doy play a lo que sea que haya en el magnetofón azul. Suenan las primeras notas y agradezco a mi amor este regalo inesperado que cada día es descubrir qué música utilizó como inspiración para preparar la cena. Confieso que la pureza del sonido de Bill Evans a estas horas de la mañana me deja desconcertada. Tras los primeros fraseos me pongo triste, mejor dicho melancólica y es que la belleza cuando es superior me provoca a menudo este sentimiento. Continuo fregando los platos al ritmo de unas teclas cada vez más precisas que parecen estar situadas en mi esternón. Pienso en la suerte entre comillas que tuvo Bill Evans de ser blanco, en lo que influyó a la hora de no ser recordado por su adicción a las drogas y a los fracasos sentimentales, sino por su técnica, su magia o su experimentación. Bastante distinto el trato sensacionalista que recibieron de los medios muchos de sus amigos, grandes músicos contemporáneos negros. Y en esto ando cuando el saxo vibrante de Stan Getz en Funkallero me saca de mis disertaciones. La emprendo ahora con la asadora que ofrece una dura resistencia al estropajo y vuelvo a la vida real al tiempo que doy golpecitos con los pies.

2 comentarios:

La Maga Juglaresa de Carabás dijo...

Me encanta esa fusión de fregadero y nota musical. ¡Cuidado que no se te rompa ningún plato! Me pregunto si se habrá probado eso de tocar un violín con estropajo...

Unknown dijo...

Es curioso. Una amiga mía me decía que Ornette Coleman era música de fregar. Que era imposible escuchar el disco Interstellar Space si una no estaba rascando al ritmo frenético del free jazz. Algunos temas fueron creados para salvar la vida a locas desesperadas, y otros para evadir la desesperación burocrática a ritmo de mocho y fregona.