sábado, 22 de marzo de 2008

Semana Santa


Tengo demasiado frío. He salido a la calle a encontrarme con los muertos. En el pueblo de mi padre, en viernes santo la gente se pone corbata. En el pueblo de mi padre estos días suenan tambores y saetas.

No soy creyente, al menos eso creo. Pero necesito un puente que me permita deshacer los pasos, volver a mis raíces. Encontrarme cara a cara con mi abuela Dolores que lleva más de 20 años muerta y todavía resuena en mi cabeza. Ella, que no podía salir de casa, escuchaba cada domingo la misa por televisión, tal vez por eso en estos "días sacros" me asaltan los recuerdos de su larga melena de mujer andaluza y sus polvos de talco.

Barcelona está desierta y llena de guiris. Entro en la iglesia de San Agustín y pongo una vela. Luz para otra gran mujer. Este lugar es especial, tal vez porque es una iglesia pobre y la misa la siguen filipinos, tal vez porque como yo creo, fuera en otros tiempos lugar de celebración de ritos paganos. Hay algo hermoso en su campo magnético que me llena de paz.

Salgo a deambular buscando a mi tía Morena que murió hace unos meses, a mi abuela Dolores y a cientos de mujeres andaluzas, lorquianas, que sobrevivieron o sobremurieron al desarraigo y la tragedia. Paseo por la calles y no las encuentro. Nada que huela a arroz con leche o roscos de Semana Santa.

De repente oigo tambores. No puedo escapar a mi júbilo. Son los humildes pasos de la iglesia de San Agustín, llevados en alzas por muchos costaleros chiquititos. Es extraño ver a una Virgen balanceándose por el centro de Portal de l’Ángel, acallando a las tiendas. Las mujeres que la siguen, de negro muchas, y muy bajitas, gritan: “Guapa”, “Guapa” al paso de la Macarena. Apretaditas y orgullosas hablan a su Madre bajito en andaluz… Siento una extraña mezcla de contradicción y seguridad. Hace calor. Ya puedo volver a casa.

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